sábado, 22 de junio de 2013

Abuela María.



                     Hace más de una semana ya que te fuiste y aún no me lo creo, y aunque ahora broten las lágrimas y tenga mil millones de razones para que así sea, hay una parte de mí que sonríe, y no porque te hayas ido, para nada. Ese trocito de mi corazón que sonríe es por haber tenido el gran privilegio de ser tu primer nieto, de disfrutar de ti, de tu amor, por ser heredero de tu gusto por las pipas… recuerdo cuando me decías que una vez ganaste un concurso por comerlas muy rápido, me encantan esas anécdotas. Como me encantaba llegar los viernes por la noche al campo y que tuvieras siempre un huevo cocido preparado, creo que por eso ahora me gustan tanto, y cada vez que lo como con sal me evoca a esos días.
   Miles y miles de días junto a ti en el campo, donde nos veías crecer junto al abuelo, que se cabreaba cada vez que hacíamos una cabaña en lo alto de la paja, incluso a veces llegaba a subir para taparla y que no se estropeara la paja que había debajo.
    Recuerdo cuando me llevabas al colegio, y no por las miles de veces que me lo has contado sintiéndote orgullosa de aquellos momentos, si no porque fueron tan especiales para mi que han quedado grabados a fuego en mi memoria. Me cogías de la mano y recorríamos el pequeño trayecto del barrio al cole, hablando, riendo, y haciéndote aquella imitación de Tarzán que tanta gracia te hacía, lo recuerdo como si fuera ayer… y es que era ayer cuando me decías aquella frase… “quien borracho se acuesta con agua se levanta”, cuando estábamos en el campo y yo ni tan siquiera había empezado a salir.
     Sé lo mucho que te gustaba el campo, estar allí y ver tanta vida en nosotros, y ver como pasaba la vida tranquilamente. Terminaba el día, regabas el porche después de haberte bañado, y te sentabas allí a comerte un tomate mientras correteábamos a tu alrededor.
    Ves abuela, sigues aquí, y es que siempre se seguirá vivo mientras te recuerden, y puedes estar segura que eso será eternamente, porque vives en cada uno de nosotros, vives en nuestros corazones, en nuestras palabras… en nuestra sangre. Y estoy tan orgulloso de ello, estoy tan feliz como esos días que pasaba a tu lado, porque sigues a mi lado. Sigo siendo ese niño que llevas en brazos, que agarraba fuerte tu mano, que se comía los huevos cocidos y las pipas con sal. Sigo viéndote en el campo y visitándote en tu casa cada vez que paso por allí, porque soy parte de ti, porque hay partes de ti en mi, y por eso soy como soy, y jamás de los jamases caerás en el olvido, ya lo sabes abuela.

Te quiero. Besos para ti y para el abuelo.

miércoles, 5 de junio de 2013

Siempre hay una puerta.

          Mírala, ¿no la ves? Está ahí, donde siempre, no se ha movido. Y es que aunque no lo creas siempre has tenido una salida, un agujero por el que escapar hacia el principio del cuento. Puede ser que no te hayas percatado de ella, que estuviera disimulada, pero nadie en ningún momento la quitó.
       Mírala, ¿no sientes la fuerza que ejerce sobre ti?. Yo puedo ver como pasa la brisa de fuera por la rendija que queda abajo, puedo notar el jaleo de la calle, puedo escuchar risas e incluso la luz que pasa ilumina buena parte de la habitación.
        Mírala, ¿no te cansas de lamentarte o estar triste? Que ya sé que a veces nuestro universo se descompone, que deshace en pedacitos que a la vez se estrellan con nuestro espíritu. Y sé que es más facil quedarse quieto esperando que te golpeen, que duelan lo menos posible, antes que estar saltando de un lado a otro para esquivarlos. Pero... ¿de verdad crees que merece la pena dejar de luchar? ¿Crees que es mejor dejarse vencer por la nada a vencer el miedo de girar el pomo y ver lo que hay detrás? No me lo creo, no me lo quiero ni puedo creer, sé que hay dentro de ti la suficiente magia como para levantarte una y otra vez por dura que sea la caida, lo sé, te conozco muy bien.
       Mírala, mírala, mirala... no dejes de observarla, no la pierdas de vista, pero tampoco lo pienses mucho, que tienes dos días para disfrutar y uno... hace malo. Actúa, no te pares, que el camino es largo y hay que andarlo, no medites demasiado, corre, salta, haz que te tiemblen las piernas. Pues el brillo que persigues no perdurará ya que aunque no lo creas, las estrellas, también mueren.