viernes, 5 de marzo de 2010

Caminando.


He dejado un rastro de hojas tras de mi... tras de ti. He pisado millones de pequeñas piedrecitas que hacían nuestro camino más difícil y que sin duda alguna he superado. He dejado las huellas de mis manos apartando las ramas que salían a nuestro paso.

Mi vida se ha quedado en Madrid, mi alma perdida entre grandes edificios envueltos en contaminación y ruido. Mi mente se ha esfumado entre las miradas de la gente que camina por preciados mirando a ningún lado. Mis ojos se han fundido en las luces de un árbol de navidad, en las pompas de jabón de un mago, en los billetes de lotería que nunca compramos. Mi nariz se ha destruido después de atrapar el olor de los gofres con chocolate caliente de aquella estación.

Grite y canté por casi todos los metros, me asusté en el cercanías, me hice fuerte en Atocha y me rendí una noche de invierno en la cama más estrecha del mundo entero. Crecí paseando por Gran Vía e intentando llegar a tiempo al bus. Dormí una vez en el retiro y expresé mis ideas caminando por la puerta de Alcalá.

Caminando... caminando hemos subido y hemos bajado. Hemos iluminado nuestras caras con las luces de la ciudad. Hemos fundido nuestras manos entre personas, taxis y bancos. Caminando hemos soñado nuestra realidad, hemos realizado nuestros sueños y hemos olvidado nuestra infelicidad.

Caminando se humedecen mis ojos y mis labios se deshacen entre mis dientes. Caminando... caminando ya no sé si volveré a llegar...

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