sábado, 23 de enero de 2010

El mar.

El mar ha llegado a la puerta de mi casa, viene arrastrando toda la suciedad que encontró a su paso, pero aún así su ernome belleza me ciega, igual que el relfejo del sol en su superficie. Las nubes vienen cubriendole el camino por si tienen que echarle una mano.
El mar ha llegado a mi habitación, lo ha inundado todo, lo ha empapado todo, hasta mi corazón, pero no puedo dejar de admirarlo, no puedo dejar de pensar en revolverme entre sus olas o descubrir todo lo que algerga a sus pies.
El mar, sin playa, viaja a través de mi vida, unas veces sube, otras veces baja, unas veces moja y otras veces se retuerce en remolinos imantados que me absorben hacia su interior, tratando de tragarme y absorber todo lo bueno de mi, queriendo sacar mi jugo para así subsistir él.
El mar manchego permanece inerte en los lluviosos días que me acechan, lucha para abrirse paso entre bombos y boinas, dejando todo un arrecife de coral lleno de ranas verdes con ojos grandes que vigilan la corriente del Azuer a su paso por Manzanares.

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